Yo sé lo que es la violencia. Sé lo que es que un día tu papá salga y no regrese porque la guerrilla decidió que su vida estorbaba. Sé lo que es crecer buscando respuestas entre fosas comunes y actas incompletas. Y por eso me duele este atentado. No por afinidad política, sino porque significa que volvimos al mismo punto de partida: uno en el que hacer política puede costarte la vida.
¿Tienen hoy los candidatos garantías para hacer campaña en Colombia?. Miguel Uribe podría haber sido cualquier otro. Como lo fueron los líderes sociales asesinados en la periferia, los firmantes de paz que han caído uno a uno, los concejales amenazados por bandas criminales o los jóvenes que han muerto simplemente por pensar diferente. No hay garantías ni para la izquierda, ni para la derecha, ni para el centro. La violencia no tiene ideología, solo hambre de poder y odio acumulado.
Y sí, este atentado fortalece a los extremos. A ambos. A quienes justifican la represión por miedo y a quienes justifican la violencia en nombre de la justicia social. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que el odio nos gobierne?
Mientras tanto, algunos nos invitan a “vivir sabroso” desde sus privilegios y discursos vacíos. Pero, ¿qué es vivir sabroso en un país donde la zozobra volvió a las calles de los pueblos, donde la economía se paraliza por miedo, donde los padres piensan dos veces antes de traer un hijo a este mundo por temor a verlo reclutado por la guerra? ¿Qué es vivir sabroso cuando la violencia vuelve a ser el idioma dominante?
El artículo publicado por la BBC lo deja claro: la violencia se ha reactivado en muchas regiones de Colombia. La seguridad, que tanto costó reconstruir, se está desmoronando. El miedo volvió. La incertidumbre volvió. Y junto con ellas, el abandono del Estado, la estigmatización del adversario, y el peligro de caer otra vez en un conflicto sin fin.

En este país donde el mandatario mayor se refiere con desprecio a sus opositores, que ondea banderas del M-19 en actos públicos, que profiere discursos que alienta a los violentos, que deslegitima al Congreso, a las leyes, a los órganos de control… ¿de qué garantías podemos hablar?.
Colombia no necesita más mártires. Colombia necesita decisiones firmes, responsabilidad política y, sobre todo, voluntad de paz real. ¿Cuántas más víctimas necesitamos para entender que la guerra no tiene ganadores?