Con un fallo seco y sin anestesia, el alto tribunal tumbó la personería jurídica del Partido, y de paso, le recordó al expresidente que la nostalgia no siempre alcanza para convertirse en capital político.
El presidente Gustavo Petro no tardó en salir al ruedo acusando al Consejo de Estado de cercenar el pluralismo político. Con tono de indignación, aseguró que se trataba de un golpe contra las fuerzas alternativas.
Lo curioso es que, en redes sociales, varios de sus seguidores parecían más preocupados por la suerte de Poder Popular que por la de las reformas del propio gobierno, hoy empantanadas en el Congreso. Ironías de la política criolla: defender a Samper se volvió, por un día, un acto de resistencia.
Desde la oposición celebraron la caída del partido como si se tratara de un campeonato mundial. “Menos caudillismos reciclados”, aplaudieron desde el Centro Democrático y Cambio Radical, olvidando convenientemente que sus propias filas también están llenas de caras repetidas.
Aquí nadie se salva, en Colombia, la política parece un eterno ‘remake’ con los mismos protagonistas cambiando de camiseta.
Para Samper, el panorama no puede ser más ingrato: sin bancada propia, sin avales y con un fallo judicial encima, tendrá que mendigar alianzas en los pasillos de partidos que hasta ayer lo veían como un aliado incómodo.
En política, la soledad se paga cara, y ahora el expresidente depende de la generosidad de quienes jamás se han distinguido por ella.
El Pacto Histórico, por su parte, también recibe un golpe colateral. La caída de Poder Popular les quita un aliado que, aunque modesto, sumaba fichas en la estrategia hacia 2026. Y lo hace justo cuando las precandidaturas —como la de María José Pizarro— generan más ruido que certezas.
Al final, lo único claro es que la política colombiana sigue siendo un espectáculo de equilibristas sobre un alambre. Hoy cae Samper, mañana caerá otro, y siempre habrá alguien dispuesto a gritar “¡golpe a la democracia!” o, por el contrario, “¡triunfo de la legalidad!”. Entre tanto, el ciudadano de a pie mira el circo, paga la boleta y se pregunta cuándo llegará el día en que la función cambie de verdad.