Petro, entre el clamor por la salud y la tempestad del discurso

Como cada martes, el presidente Gustavo Petro ocupó los micrófonos del país en su ya tradicional alocución presidencial. Pero la noche del 15 de julio no fue una más.

En un discurso que arrancó con un enfoque técnico sobre la crisis del sistema de salud, el mandatario lanzó duras acusaciones contra las EPS, a las que responsabilizó de haber saqueado el sistema con una deuda que, según él, asciende a 100 billones de pesos, una cifra tres veces superior a la que maneja la Contraloría. «Se la robaron», dijo, calificando la situación como “un crimen de lesa humanidad”. Pero lo que inició como una denuncia con datos concretos, derivó rápidamente en una tormenta verbal difícil de seguir.

En medio de denuncias contra las aseguradoras, el presidente volvió a arremeter contra el grupo Keralty —propietario de la EPS Sanitas— señalando directamente a su dueño, Joseba Grajales, como un “criminal” y acusando al sistema de salud de ser responsable de millones de muertes evitables.

Aseguró que “el sistema ha matado más que el paramilitarismo, las guerrillas y la mafia”, y denunció que “el político que reciba un peso de Keralty también es un criminal”. A lo largo del mensaje, también dejó claro que no habrá marcha atrás en su intención de reformar el sistema, aunque ello implique una ruptura con actores poderosos del sector privado y con parte de su propio gabinete.

La alocución pronto se convirtió en un desfile de ideas heterogéneas. Petro propuso trasladar la Estatua de la Libertad a Cartagena, hizo referencias a los hipopótamos del Magdalena Medio, a las tensiones raciales y de clase, y hasta improvisó una clase de filosofía dialéctica. Estas digresiones desconcertaron a muchos, incluso dentro de su propio movimiento.

Al terminar la alocución, Petro se dirigió a su gabinete en un extenso consejo de ministros de cinco horas. Allí, arremetió contra sus propios funcionarios: “No encuentro el gabinete que cumpla el programa del Gobierno”, sentenció. La declaración sacudió los cimientos del Ejecutivo.

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El mandatario acusó a sus ministros de desconocer el mandato popular, de traicionar sus principios por miedo al desempleo y de servir al capital. Anunció sin rodeos un inminente cambio de gabinete: “El final del Gobierno del cambio necesita un equipo que no le falte al pueblo”, dijo. Las tensiones internas, especialmente con la vicepresidenta Francia Márquez, también salieron a flote en una serie de frases que fueron tildadas de irrespetuosas.

Uno de los momentos más álgidos se produjo cuando Petro mencionó los nombres de Juan Carlos Florián y Alejandra Umaña (Amaranta Hank), personas ligadas al entretenimiento para adultos, ahora vinculadas al Ministerio de la Igualdad. Según el mandatario, Márquez habría rechazado sus nombramientos. Petro respondió con una frase que generó indignación: “A mí nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir un actor porno”. Con esto, no solo profundizó el choque con su vicepresidenta, sino que reabrió el debate sobre las tensiones internas que han marcado su gobierno.

El discurso, transmitido en vivo, generó reacciones encontradas. Mientras sectores afines al petrismo aplaudieron su tono confrontativo, desde la oposición y buena parte del periodismo se criticó la deriva caótica de sus palabras. El presidente parece decidido a cerrar su mandato con una narrativa de confrontación directa, incluso a costa de su propio equipo. Pero en su esfuerzo por denunciar y transformar, su estilo se sigue viendo atrapado entre la denuncia legítima y la dispersión retórica.

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